viernes, 24 de septiembre de 2010

DISCURSO DE DESPEDIDA DE PROMOCIÓN

Compañeros de promoción:

Estamos todos juntos esta noche para ser parte de un evento memorable. Hemos avanzado paso a paso, etapa a etapa y el destino nos junta esta noche para decirnos adiós. Para que cada uno emprenda el rumbo que se ha trazado, para que cada uno de nosotros empiece a luchar por las metas que harán que su nombre deje huella en la historia, para vernos, años después con un Perú mejor que habremos ayudado a forjar. En este momento, en el que es inevitable la congoja y el dolor de la despedida, no debemos pensar que las puertas del colegio se cierran detrás de nosotros para decirnos adiós sino que al contrario, que las puertas del colegio se abren, en un destello de luz, para entregarnos al mundo, para salir a cumplir nuestra misión con el país, con nuestra familia y con nuestro futuro. Este no solo es el fin de una etapa, sino que es el primer día de nuestra nueva vida.




Porque la vida es un serie de etapas, cada una con una visión distinta de la realidad y una diferente posición frente a los deberes, la responsabilidad y nuestra misión en la vida. Durante la infancia, con nuestros cerebros ávidos de conocimiento y nuestros ojos fulgurantes de curiosidad, empezamos a conocer el mundo a través de los ojos de nuestros padres, ellos nos dicen el nombre de las cosas cuando las señalamos con el dedo, ellos nos enseñan el valor de la familia, del amor y del respeto. Nuestra vida gira en torno a ellos.

La etapa escolar se nos presenta como un mundo extraño e inclasificable: debemos obedecer a alguien que no es papá ni mamá, conocer el mundo a través de alguien más, aprender a amar, a respetar y a valorar la familia fuera de nuestra casa. Entonces aprendemos que la palabra “familia” tiene un significado más amplio. También aprendemos el valor de la amistad y entonces comprendemos que uno es parte de algo más grande, que lo que uno haga influye -para bien o para mal- en nuestro entorno y que poco, o nada, puede conseguirse realmente si no hay solidaridad y amor verdadero.

Sin embargo, la etapa de la adolescencia (hoy lo comprendemos a cabalidad), nos enfrenta con el mundo, empezamos a pensar que somos lo suficientemente grandes para tomar nuestras propias decisiones y para impedir que los adultos influyan en ellas. Vemos a la infancia como una etapa sin identidad y buscamos a la fuerza una propia. Buscamos ídolos en la televisión y en la Internet, empezamos a imitarlos y buscamos ser únicos de esa manera. Nuestros padres, que eran el centro y motor de todo nuestro universo, empiezan a desgastarse en nuestras prioridades y a las prohibiciones, llamadas de atención, consejos y hasta súplicas de nuestros padres y maestros les hacemos poco caso y hasta a veces, les contestamos con rebeldía y con prepotencia. Olvidamos que todo lo que ellos nos dicen es porque nos aman y porque han vivido más que nosotros y saben que esas actitudes, ese tiempo perdido y esas discusiones innecesarias terminan doliendo y haciéndonos desaprovechar enseñanzas y momentos valiosísimos de nuestra vida.

Pero hoy lo comprendemos, hoy que la nostalgia nos hace mirar más hacia atrás que hacia adelante, hoy que nos estrechamos las manos con fuerza intentando que algo de los que amamos se eternice en nosotros y no se vaya cuando las luces se apaguen y todos tengamos que volver a nuestras casas. Hoy hemos comprendido la lección y aunque la pena de separarnos es grande, la emoción de mirarnos a los ojos y leer en ellos (como en un libro) la historia de todos estos años juntos, la supera y hace que en nuestros pechos se inflamen de orgullo y de un amor propio inestimable. Hoy debemos sentirnos invencibles; hoy debemos empezar a creer que basta extender la mano para atrapar el mundo entero. Siempre que estemos lo suficientemente decididos. Hoy no debemos sentir pena cuando veamos marcharse al amigo, porque en el fondo sabemos que va hacia un camino de éxito, y los caminos de éxito siempre se encuentran, y no una, sino muchas veces. Lo que significa que en futuro seguiremos tan juntos como hoy.

* *

En el siglo XIX, en Europa se acuñó la frase “Vale un Perú”, no en sentido patriótico (como a veces lo usamos aquí), sino para expresar la admiración ante algo cuyo valor era tan grande que no existía palabra para describirlo, excepto, claro está, el nombre de nuestro país. El Inca Garcilaso de la Vega contaba que en el Perú antiguo se hallaba oro en la superficie de la tierra, que el Coricancha era una ciudad hecha completamente el oro y que en las grandes construcciones, los Incas usaban oro derretido para unir las piedras. Llegó un momento en el que el sueño de todo europeo por hacer fortuna era viajar al Perú. Y no era para más en un territorio en el que el gobernante pagó dos cuartos llenos de plata y un cuarto lleno de oro por su liberación (el rescate más caro de la historia), cinco toneladas de oro y once toneladas de plata, en dinero actual serían unos cuarenta mil millones de dólares, pagados por un solo hombre. Siglos después, el Perú viviría su hora más oscura cuando fue invadido por Chile. Nuestros delitos fueron dos: 1. Tener muchas riquezas como para provocar la ambición del vecino 2. No tener la fortaleza intelectual ni moral para saber defender nuestra patria. El mundo entero miraba sorprendido como el Perú hacía millones con el guano de las islas. Se decía con sorpresa: “El Perú es el país más rico del mundo porque ahí hasta el excremento lo convierten en oro”.

Y sin embargo, nos hemos preguntado más de una vez, ¿por qué nuestro país no está en el primer mundo?, ¿por qué muchas personas sueñan con irse al extranjero en vez de permanecer aquí?, ¿por qué, si tenemos tantas riquezas, no vivimos de ellas en vez de vivir como el mendigo estirando la mano por una limosna sin darse cuenta que está sentado en un banco de oro?

Las respuestas a esas preguntas no son sencillas, y nos corresponde a nosotros formularlas, es nuestra generación la que hoy debe tomar la función de hacer grande nuestro país y construirnos un mejor mañana. No salimos del colegio solo para tomarnos fotos y bailar el vals, salimos de la escuela para cambiar el país, para ayudar a una patria que nos necesita y para escribir la historia. Compañeros de promoción, nunca dejemos que caiga ni un átomo nuestro orgullo de ser peruanos, el amor a nuestro país y nuestra clara misión de dirigir todos nuestros esfuerzos para entregarle un país mejor a las próximas generaciones. Ya no somos niños, nuestros maestros y nuestros padres han cumplido su tarea de cambiar el futuro transmitiéndonos educación y valores. Ahora es nuestro turno, hoy suena la campana y salimos al torneo donde la única consigna es el éxito y la única bandera: el Perú. No olvidemos que no es una opción, sino nuestro deber; que hay muchas personas que no han tenido (ni tienen) las mismas oportunidades que nosotros y sin embargo se esfuerzan (quizá más que nosotros) por alcanzar la gloria. Nunca optemos por evadir el problema, sino por solucionarlo y sentir le enorme satisfacción de haber ayudado al prójimo con nuestros actos. De saber que poco a poco conseguimos un mundo más homogéneo, sin discriminación y sin injusticias. Esa es nuestra labor ahora que nos toca valernos por nosotros mismos.

* *

El destino nos extiende la mano esta noche y es nuestra obligación extenderla también. Aunque nos separamos físicamente de las aulas y cerramos el último capítulo de este libro, seguiremos juntos en espíritu, en amor y en las etapas que hemos vivido juntos y que jamás se borrarán de nuestro corazón. Gracias a nuestros maestros por apoyarnos, comprendernos, querernos y prepararnos para la vida. Gracias al colegio que ha sido nuestro segundo hogar durante estos años y en el que hemos aprendido a vivir y a ser personas de bien. Gracias a nuestro tutor por ser nuestro segundo padre y dar todo de sí por nosotros. Gracias a nuestros padres pues lo que somos y lo que seremos se lo debemos a ellos. Gracias compañeros de promoción por estos años juntos.

2 comentarios: